En mi cerebro se acumulaban las dudas y los reproches. Sin haberla tocado o alentado, no podía negar que había colaborado en su obsesión. Poniendo cara de disgusto, me preguntó porque estaba enfadado con ella. Desconociendo por qué me hacía esa pregunta, contesté que no lo estaba. Viendo por donde iba, le dije que llamara a su novio. Estaba cogiendo la puerta, cuando Susana se interpuso y a moco tendido, me rogó que no la dejara así. Os juro que me quedé paralizado y al ver que no se apartaba, comprendí que no lo haría hasta recibir una nalgada. Ya en el coche, me arrepentí de ser tan cobarde y decidí que al volver a casa hablaría con ella y dejaría las cosas claras. Lo que no supe fue que los sucesos se acelerarían a un ritmo brutal y que mi vida cambiaría en las siguientes horas cogiendo un curso al cual nada me había preparado.
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